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La música que predice


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La música no solo nos conmueve. Nos anticipa. Nos prepara para lo que viene, y cuando se desvía un poco, ese pequeño “error” se convierte en placer. En neuromusicología, esto tiene un nombre preciso: el Predictive Coding Model (PCM), desarrollado por Peter Vuust y colaboradores. Este modelo no se limita a explicar cómo escuchamos, explica en parte por qué sentimos.

El PCM sostiene que el cerebro opera como una máquina predictiva. En lugar de reaccionar al mundo, genera hipótesis sobre lo que espera percibir y ajusta sus modelos internos según los errores de predicción. Esta teoría, basada en la codificación jerárquica predictiva, ha sido aplicada a múltiples dominios sensoriales, pero la música es uno de sus escenarios ideales. ¿Por qué?

Cuando escuchamos una canción, el cerebro analiza patrones rítmicos, armónicos, melódicos y tímbricos en distintos niveles de complejidad. Genera predicciones sobre lo que debería venir. Si esas predicciones se cumplen, refuerza su modelo. Si se rompen —con una nota inesperada, un acorde disonante o una pausa insólita—, se produce un “prediction error”. Este error no es un fallo, es un disparador de atención, emoción y aprendizaje. En música, es precisamente lo que nos atrapa: ese equilibrio fino entre previsibilidad y sorpresa. Así que podemos postular que el placer está en el error… bien calibrado.

Uno de los aportes más sugerentes del PCM es su explicación del placer estético. La música placentera no es completamente predecible (aburrida), ni completamente caótica (incomprensible), sino que habita ese punto dulce entre la certeza y el asombro.

Este principio explica por qué una canción como “Bad Guy” de Billie Eilish resulta tan atractiva desde una perspectiva neurocognitiva: su estructura juega con expectativas métricas y tímbricas, intercalando silencios abruptos, cambios de textura y patrones poco convencionales, que generan una danza continua de predicción y reajuste.

Para Vuust, la música entrena al cerebro en su capacidad de predecir, y esta habilidad es evolutivamente ventajosa. Las redes cerebrales implicadas en este modelo incluyen el córtex auditivo primario, pero también áreas del cerebelo, la ínsula, la corteza prefrontal dorsolateral y el estriado, todas asociadas al control motor, la atención y la recompensa.

Esto sugiere que escuchar música —y aún más, hacerla— es un proceso cognitivo altamente activo, que estimula funciones ejecutivas, flexibilidad cognitiva y procesamiento multisensorial.

El modelo PCM nos invita a ver la música no como un estímulo pasivo, sino como una conversación entre el cerebro y el tiempo. Cada nota es una hipótesis. Cada compás, un modelo en revisión. Cada sorpresa, una chispa de aprendizaje.

En un mundo donde la predictibilidad muchas veces nos abruma o nos anestesia, la música tiene el poder de reactivar el asombro. Nos recuerda que hay belleza en no saber del todo, y que incluso el error —cuando es musical— puede ser la forma más pura de comprensión.

 
 
 

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